El personaje desconocido o la ortografía
creadora de ficciones.
Según el historiador J. A. Craviotto, en “Quilmes a
través de los años,” el 17 de febrero de 1881,
por medio de la sanción de la ordenanza número 1,
quedaron bautizadas las calles comprendidas entre las actuales Conesa
y Brandsen y W. A. Bell e H. Yrigoyen. Claro que, en la mención
del historiador, la calle qué da título a la nota
está escrita con z.
Difícil es hoy poder asegurar quién era aquel Brandzen.
Si recurrimos al Quilmero, fuente fundamental para los buscadores
del pasado local, no encontraremos mención alguna sobre el
tema en la fecha señalada. Abona -no caben dudas- la confusión
planteada, la ausencia del documento en la que quedó plasmada
nuestra ordenanza primera.
Cobra así fuerza la idea de que un error ortográfico
pudo haber asistido a inventar un personaje que nunca existió.
La ficción o la equivocación, han amasado la piedra
fundacional de un homenaje que podría haber terminado inventando
a un inexistente homenajeado.
Y en esta lógica, si Brandzen existe como calle, sin comprobaciones
empíricas que refieran a alguien, ¿por qué
su nombre no podía ser Justo?
En realidad, esto no es así: en primer lugar, quien motorizó
el emprendimiento pensó en los términos de aquel que
llega a nuevas tierras y elige el lugar indicado, “justo ahí,
justo en Brandsen”. Por otra parte, me permitiría plantear
que en realidad, el receptor del homenaje debe haber sido el Coronel
Carlos Luis Federico Brandsen, noble francés que combatió
bajo el mando de Napoleón y que a partir de 1817 se sumó
a la guerra de liberación llevada adelante por los ejércitos
nacionales.
Camarada de armas del general José de San Martín,
el valiente militar murió en la batalla de Ituzaingó,
el 20 de febrero de 1827, cuando a la cabeza del Regimiento Nº
1 de Caballería, atacó la infantería imperial
brasileña. A pesar de la observación de Brandsen de
la equivocación que aquello implicaba, el general Carlos
Antonio de Alvear comandante general de las fuerzas argentino-uruguayas
ordenó un segundo ataque frontal, que si bien llevó
al anunciado triunfo, generó más muertes de las necesarias.
De todas maneras, la torpeza condenatoria del comandante no evitaría
que el francés afrontara su
destino como debía, con aquella osadía e hidalguía
que no consigue burlar a la muerte pero que hace inevitable el logro
de la trascendencia: perdurar en el tiempo, Justamente, sería
su destino.